Desde hace varios días que he venido sintiendo esa estela lúgubre
sobre la atmósfera. Las nubes llegan como de golpe a tomar la ciudad y de
pronto todo parece más melancólico de lo que en realidad es. Estoy perdido. Perdido
conmigo, no le he sido fiel a mis creencias. Uno debe hacerse su juicio y
guiarse por él, no dejar que lo contaminen a uno con frase ajenas a su situación.
La ciudad es un animal salvaje que puede atacarme en cualquier momento. No le
agradan mis principios, pero a mí tampoco me agradan los suyos. Me repudia la
idea que tiene de mí, la que se ha formado con el tiempo. Los espacios que deja
entre las áreas verdes que cada vez son mayores. La ciudad esta mutando y no me
gusta el cauce que va tomando. Uno no puede andar pro la ciudad con su buena
fe, pues lo pueden sorprender a la vuelta de la esquina. Me gusta cuestionarme
si la gente está viva realmente, o tan solo se ha vuelta parte de esta masa
amorfa que conforma la “metrópoli”. De alguien vivo se esperaría una reacción a
los estímulos por mas mínimos que sean, sin embargo parecen empeñase en
mantenerse inmutables. Arraigados al papel que les toca desempeñar.
Luego viene ese sentido romántico de la vida en el cual ya no
todo es en blanco y negro y se pierde el drama. Se puede ver a las personas moviéndose a su ritmo con melodías
que desconozco. Todo parece tener un ritmo y orden orquestado que los hace
estar en determinado lugar y momento. La
penumbra se ausenta para darle espacio a los matices que llegan de imprevisto.
Al final del día me siento como al principio con esa
incomodidad que solo la ciudad me brinda pero con el mismo cariño de estar en
casa. Estamos en una lucha constante, la cual solo puede terminar con el
dominio de uno sobre el otro. Esto ha mantenido ocupados mis días, me ha vuelto
algo paranoico algo desaliñado. Me ha hecho estar atento a cualquier cambio que
puede suceder, pero y la ciudad ¿se mantiene igual?
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